Nubes rosadas, es todo lo que veía en ella. Sus ojos infectados de bellos rubíes y su nariz hecha un algodón de azúcar. No la reconoció a primera vista, tal vez la mente le falló, pero estaba seguro de algo: era preciosa, incluso hecha un espantajo. Se acercó sigilosamente, como tratando de que el viento no percibiera movimiento alguno, manteniendo la respiración, caminando de puntitas. Cuando estuvo frente a ella, le brotó una sonrisa. Ella sonrió también y como la nube que era, se esfumó. Se integró con el aire que llevaba su aroma.
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