Ex Nihilo Nihil Fit

Brisa se esconde tras la neblina gris de aquel verano tan caluroso. Lo sé, la oración que acabo de escribir les puede sonar irónica, pero es lo más serio de todo lo que escribiré, lo demás es  un camaleón pintado de ficción que guarda secretos, como los de ella.

Brisa era mi mejor amiga. La adoraba, era una chica inteligente, segura de sí misma y no dejaba de pensar ni un segundo del día. Con esto quiero decir que cada vez que hablábamos, me contaba teorías extravagantes sobre temas que no entendía, pero a pesar de esta limitación, la admiraba.

Nunca la escuché quejarse de nada, tan solo de un pequeño problema, que dicho sea de paso ella lo consideraba como lo mejor y lo peor que le pasó en la vida. Lo cargaba alrededor de su cuello todos los días, no se desprendía de él. A veces no la dejaba hablar, la asfixiaba y hacía que llore. Otras veces, tan solo la acariciaba y le sacaba una sonrisa.

Sin embargo, todo cambió cuando dejo de notar la diferencia entre la noche y el día, cuando sus horas duraban segundos, cuando abrazaba su almohada mientras dormía. Brisa ahora era más feliz afuera que en su propia morada. Prefería saltar, correr y volar su imaginación, poco a poco fui perdiendo contacto con ella, pero aún así la quería y me preocupaba por ella.

El día que tuve la oportunidad de verla, le pregunté que le pasaba. Ella respondió que todo estaba bien, que nada había cambiado y que era yo la de las ideas locas. Tal vez tenía razón, así que me vendé los ojos una vez más y creí en todo lo que ella me decía, era mi mejor amiga, eso es lo que debía hacer.

Pasó un año y medio, y recibí una carta de Brisa. Para esto, yo estaba lejos de la ciudad, y me sorprendió que supiera encontrarme. La letra decía cosas que, una vez más, yo no entendía pero mi sexto sentido me mandó un mensaje claro: mi mejor amiga estaba en problemas.

Tomé un vuelo a la mañana siguiente y cuando arribé fui directo a su casa. Cuando me vio, sus ojos verdes se llenaron de lágrimas. Me abrazó tan fuerte que mis brazos quedaron adoloridos. Nos quedamos sin hablar en la sala, yo no sabía que decir y ella, ella estaba viendo una película de sucesos en su mente... conocía esa mirada.

Fue un presentimiento, o tal vez ya lo sabía. No lo sé, estoy confundida. Creo que me di cuenta de todo, pero lo callé, lo disimulé, lo ignoraba, o al menos eso intenté... pero eso no evitaba la opresión que tenía en mi pecho. Pero sí estoy segura de algo, no volverá a pasar jamás. ¿Sabes por qué? Porque ya lo decidí, y si empieza a ocurrir de nuevo, me voy al fin del mundo. Huiré, huiré miles de veces.

Estaba asustada, nunca la había visto así. Tan nerviosa, tan fuera de si y antes que pudiera decirle algo, agregó:

No, no huiré, porque no volverá a pasar y no porque yo no quiera, sino porque el destino ya se divirtió. No volverá a pasar porque no pasó nada, pero a la vez pasó todo. No volverá a pasar, aunque en mi cabeza todo se repita una infinidad de veces. Y los secretos que guardo, y que a nadie se los he dicho, tan solo a Dios, quedan guardados en una caja de chocolates que se encuentra entre el límite de mi voluntad y la de Él. Cuando sea necesario será abierta, pero a este paso, creo que nunca nadie la abrirá.

Le preparé una manzanilla y la vi cerrar sus ojos lentamente. Su rostro estaba empapado. Verla tan quieta y frágil me hizo pensar que en ese momento, Brisa estaba caminando en ese límite del cuál me hablo, jugando con la caja de chocolates mientras Dios limpiaba sus lágrimas con su soplo mágico. Sí, ese soplo mágico que hace que ahora valore más la muerte que su propia vida, pues es en el limbo donde encuentra lo que necesita.