Ambigüedad

Ese día hable contra la pared. No hay más que decir. Me sentí frustrada porque no hubo un receptor que se convirtiera en un emisor; no hubo un objeto que fuera sujeto, ni un sujeto que se volviera objeto. Fue algo objetivo, sin tanto rodeo. Salí de ese lugar no porque así lo quise sino porque te fuiste, y mi labor había terminado. Salí feliz, como habiendo vencido. Recuerdo que me repetía mil veces que ahora todo sería mejor, pero por dentro todo era caos. Traté de luchar hasta el final.

En el bus, miré a las personas, las casas. Ese día el sol brillaba y la brisa era fresca: era un día perfecto. Me estremecí, quería que estés ahí, quería caminar esas calles contigo... traté de no pensar en eso, pero algo dentro de mi seguía en desorden, causando caos y confusión. Llegué a mi destino final, estaba sin ganas, decaída, como vencida.

Ese día lloré por heridas intangibles, heridas de una victoria que había matado a gente inocente, o al menos eso pensé. Ahora no sé que pensar, ya no quiero pensar, es tu culpa. Ese día me convertí en creyente, y no rogué el perdón de mis pecados, ni de los tuyos o de los demás, sino por una purificación del alma. Nada funcionó, ni los hospitales, ni las terapias, ni las conversaciones con extraños que encontré en la calle.

Desde entonces todo huele a ti. Las palabras traen tu aroma, y encuentro mensajes subliminales detrás de cada fonema. Sin embargo tu eres una estatua fría, inerte y monótona. El único vencedor es el tiempo, que ha sabido mover bien sus fichas, ha sabido movernos con tal precisión que ha logrado desaparecer a todos, y dejarme a mi sola en un tablero de ajedrez. Los movimientos dependen de la otra ficha oponente, pero yo estoy sin saber si es mejor avanzar, retroceder, o moverme en diagonal.


"Pero es precisamente el débil quien tiene que ser fuerte y saber marcharse cuando el fuerte es demasiado débil para ser capaz de hacer daño al débil." - Milan Kundera.







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