Entró por la típica puerta de siempre, un chillido le hizo recordar los viejos tiempos cuando los helados nunca faltaban en casa. Vio la jaula del canario, le pareció ver un ave marrón pero solo fue su imaginación: la jaula estaba vacía.
Siguió caminando, la cocina llena de grasa no llamó su atención.
El balanceo de las llaves que estaban en sus manos creaba una melodía junto con las pisadas que daba al subir las escaleras.
Por su mente pasaban mil cosas y eso hizo que sus dedos se congelaran. Cuando quizo seguir escribiendo simplemente no pudo. Su pálido rostro resaltaba sus ojos verdes, y sus uñas moradas hacían juego con la alfombra donde dormia, toda quieta, sin pestañar... toda ella, en escencia.
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